martes, 25 de enero de 2011

- Vidas ajenas -

Personas desconocidas. Mundos extraños. Historias paralelas que, ajenas a su aislada naturaleza, se cruzan sin motivo alguno, sin contemplar ningún fin más allá del tiempo y el espacio compartidos en este trayecto de tren.


Chico, veintipocos. Leyendo concentradamente “el lobo estepario” de Hermann Hesse. Tejanos desgastados, cazadora de cuero y gafas negras de pasta. Todavía no le he visto levantar la mirada de las páginas amarillentas de este libro que le tiene absorto. He leído, de reojo, la contraportada. Ni siquiera me ha visto.


Hombre, unos cincuenta. No puedo evitar darme cuenta de la marca que ha dejado en su dedo anular una alianza, actualmente, ausente. Veinte minutos leyendo la sección de deportes de un periódico cualquiera, interrumpidos únicamente para levantar la vista y mirarme curiosamente de vez en cuando. Le sonrío y vuelvo a lo mío.

Hombre, treintaypocos, y por lo que he oído en sus múltiples llamadas (1º hermano; 2º Fran; 3º Desconocido) universitario (juraría que de derecho) y se acaba de mudar con su novia de toda la vida. Ayer fueron a una degustación «que estuvo muy bien» con toda su familia. Este miércoles es su cumpleaños. Me hubiera gustado saber cuántas primaveras cumplía.


Y así podría seguir hasta completar esta larga lista de pasajeros que parece no acabar. ¿Cuántas veces nos habremos cruzado? Puede que ninguna, puede que tantas. ¿Tan abstraídos estamos en nosotros mismos, el día a día, que ni nos paramos a observar nuestro alrededor?


Dos de ellos se bajan en mi parada. Encima. Hay que joderse.

Es fascinante la de cosas que se pueden aprender de una persona observando tan solo un instante de sus vidas. ¡Cuánto habrán vivido! Y, ¡Cuánto –con suerte– les quedará por vivir!


Un niño recita, aburrido, tiempos verbales, distrayéndose de vez en cuando contando chistes infantiles delante de su madre. Ella se ríe, pero no cesa de preguntar. Él, con expresión enfurruñada, vacila unos instantes y contesta correctamente. ¡Bien por él!

Sí, llamadme cotilla si queréis. Pero no puedo dejar de maravillarme cada vez que descubro –o, a menudo, imagino- vidas ajenas.
Realmente, no creo que seamos capaces ni de conocernos completamente a nosotros mismos. ¡Cómo para conocer a los demás! Unas siete mil millones de historias que ignoramos... Personalmente, tengo curiosidad. Aunque soy consciente de que ni con siete mil millones de vidas alcanzaría a descubrirlas...

¿Quién sabe? Puede que las personas anónimas que acabo de describir fueran solo personajes ficticios en un cuento recién inventado por mi –a veces loca- imaginación. O puede que no...

lunes, 24 de enero de 2011

- Lunes por la mañana -

Los lunes por la mañana son un buen día para escribir. Sobre cosas, pensamientos, personas atontadas y besos matinales. Pero como hoy ya he hablado de ello, poco escribiré.

Cansancio, sueños recientes (que ya no recuerdas), agua caliente, y una falta de ruidos que duerme a cualquiera. Sábanas, mensajes, bostezos, y una semana muy larga por delante.


*Taranaranaaa, Taranaranaaa*… Posponer. Mmmmmm… Agua. ¿Bebes? Buenos días princesa. ¿A qué hora llegas? Frío. Te echo de menos. Próxima. Espérame dentro. Tonto. ¿Cómo estás? Ahora mejor. Bésame. Café. Te amo. Café.


Me enamoro cada vez que le veo. Y, aunque no haya salido el sol, el día parece contento.

Definitivamente, hay que levantarse antes.

viernes, 21 de enero de 2011

- Finales -

Decisiones impermeables, a prueba de agua - de lágrimas.
Momentos incendiarios, que prenden tu ira - o tu corazón.
Sentimientos antagónicos - me odio, me amo.
Sonrisas a voces.
Gritos callados.

Voces que explican - aunque no hablan.
Ojos que te ven - pero sin mirarte.
Sueños que escogen - al azar - palabras.
Destinos cruzados.
Promesas lejanas.

Silencios que explotan - y que te arrastran.    
Puertas abiertas - selladas con almas.
Soles que queman - lunas que bailan.
Dulces murmullos. 
Susurros amargos.

Minutos que corren - minutos que faltan.
Sinfonías que brillan - apagadas. 
Señales que indican - a veces - atajos.

                            O principios que avisan - con sorna - finales.



lunes, 17 de enero de 2011

- Sin palabras -

He aquí palabras que se quedan cortas. Murmullos atrapados en el silencio, flotando cual niebla, perdidos en un tiempo y en un espacio inconcretos. Minúsculas partículas de enormes sentimientos que te estremecen al rozarte la piel. Sonidos que se pierden al intentar manifestarse. Suspiros que quieren significar mucho más.

Y ahí siguen. Escondiéndose, privándonos de la capacidad de expresar sentimientos que no sabemos expresar. Y he aquí yo, hablando de palabras que no se hablan, comentando voces que no se pronuncian , y describiendo sensaciones que nadie ha experimentado al escucharlas.

Quedarte corto presionándote el pecho. Querer decir más pero no poder. Buscar palabras en un diccionario limitado, que, aunque extenso, ni por fortuna alcanza.

Saber que te comprenderán, pero dudar de ello. Tener el convencimiento de que es un mal común, aunque no la seguridad. Buscar explicaciones en los pequeños detalles, y excusas en los grandes. Encontrar consuelo en el repicar de las teclas, y perderlo en el resplandecer la hoja en blanco. Leer, releer, borrar y escribir de nuevo.

Oír el parpadeo de tus pensamientos. Esperar que una sola idea ilumine tu cabeza. Mirar repetidamente tus dedos, marcando un ritmo indefinido sobre una superficie cualquiera.
Pensar sobre mucho, hablar sobre poco y escribir sobre nada. Desesperarte en caricias sin que sustituyan intenciones. Vivir de oportunidades, morir de derrotas.


He aquí palabras que se quedan cortas. Y he aquí yo, hablando de palabras que no se hablan, comentando voces que no se pronuncian, y describiendo sensaciones que nadie ha experimentado al escucharlas.

martes, 4 de enero de 2011

- Escribir -

Poco a poco. Con calma. Sintiéndolo.
Saboreando cada momento, cada chispa que estalla en mi cabeza, y que recorre mi cuerpo muriendo en mis dedos, en tus ojos.
Todas y cada una de las veces en las que mis propios susurros me estremecen.
Y las pausas, los ritmos, los silencios. Ausencias de sonido rebosantes de significado, coordinadas con las respiraciones –las tuyas, las mías–. Y los latidos –los tuyos, los míos–.
Proyectar amor. Ira. Y pena. Deseos (cumplidos o por cumplir). Derrotas. Y logros. Cariño. Odio. Lágrimas. Sonrisas.
Almas.
Gritar pensamientos sin levantar la voz.
Agitar palabras dentro del contexto adecuado, y servirlas con cautela en una copa lo suficientemente transparente, lo necesariamente opaca.
Humedecerte los labios, inspirar alientos, expirar anhelos.
Cerrar los ojos. Sentir, recitar y musitar promesas. Utópicas. Imposibles. Apasionantes.
Trazar líneas infinitas, sonreír y volver a empezar.

Como en los besos.